Dicen que frente a cualquier innovación, el sistema siempre reacciona con un mismo protocolo. Primero es la fase de “ninguneo” para evitar la difusión de los nuevos planteamientos; después entramos en la fase de la “ridiculización” que permite banalizarlos y finalmente llega la fase de “asimilación” suplantando unos contenidos profundos por otros superficiales apropiándose del discurso.
Da la sensación de que en el mundo de la bioconstrucción se está entrando por la puerta grande a esta tercera fase, y el método de asimilación viene a ser el “Lavado Verde” o “Greenwashing”. Quienes comenzaron en Europa Central allá por los años 70 cuestionándose los métodos constructivos convencionales y la supremacía del hormigón en la edificación y también quienes 20 años más tarde fueron pioneros/as en la península quizás hayan conocido bien de cerca las dos primeras fases. Quienes nos incorporamos a la bioconstrucción a raíz de la crisis económica del 2007 vemos la tendencia actual con una mezcla de estupor y alegría inocente: la eficiencia energética se escribe con mayúsculas y tiene rango de ley; el radón ya se incorpora en la normativa; la construcción en madera alcanza el nivel de la industria edificatoria, incluso medimos el CO2… con sistemas inalámbricos.
Los criterios y terminología propia de la bioconstrucción se van diluyendo en la vorágine mediática poco a poco. Las palabras van perdiendo su valor y su significado; la “sostenibilidad” sirve para publicidad de coches caros y la “eficiencia energética” busca vender sus sellos y toda la industria que los impulsa. Resulta inquietante que ya no se habla del “despilfarro energético” de la industria de la edificación y nos quedamos en la etiqueta de “más eficiente”… cuando apenas casi nada ha cambiado.
Asistimos a un verdadero bombardeo del carácter “holístico” del hecho de edificar y habitar que proponemos desde la bioconstrucción. Los conceptos y sectores han de ser desmenuzados concienzudamente para procesarlos individualmente, desconectados, uno por uno. Así son más fáciles de ser asimilados en el sistema; el desglose de lo “energético” en la edificación ha sido especialmente fulminante durante los últimos años… y parece que no ha sido más que el comienzo.
Así, personas sin ningún tipo de visión crítica de la realidad constructiva están entrando en unos discursos parciales muy tentadores, desde el cómodo respaldo del sistema. Aparentemente no hay tanta diferencia con la persona concienciada y que nada a contracorriente que ha sido el perfil tradicional de “bioconstructor(a)”.
Son tiempos difíciles en los que está entrando la bioconstrucción, en los que el rigor como principio va a ser todavía más fundamental. Desde el IEB apostamos por mantener ese rigor en el carácter holístico de la bioconstrucción; la Biología del Hábitat que engloba todos los aspectos que conforman el hecho de habitar y pone la vida y la persona en el centro.
Editorial IEB a cargo de Miguel Martínez de Morentin Morrás